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Septiembre tras septiembre

13.09.2014 23:13

Se acaba el verano, vuelta a las aulas. Primer curso para la nueva LOMCE, obra cumbre del insigne ministro Wert. Los primeros en comenzar fueron los pequeñines de la Comunidad Valenciana, que han tenido el honor de conocer de primera mano lo fresquito que se está en una clase a la una de la tarde, sin apenas ventilación ni aire acondicionado y con el sol apretando a 35 grados en la calle. La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa pifia de inicio con su propia denominación, confundiendo calidad con cantidad.

Estos que están y aquellos que estuvieron han logrado cargarse el sistema educativo. Pero como dije en cierta ocasión, estos que están y aquellos que estuvieron no son extraterrestres. Surgieron del pueblo. Y nuestro pueblo es como es. Cargar toda la responsabilidad a los políticos no me parece justo. Sirva como ejemplo mi ciudad, donde las calles no pueden estar más sucias. ¿Son responsables los gobernantes locales? Por supuesto, pero la mierda no llueve del cielo. No existen excusas válidas para los guarros. Ni siquiera la ausencia de papeleras. En Japón te puedes pegar una hora con un papel en la mano y no encuentras una papelera donde depositarlo. Y las calles no pueden lucir más limpias. La diferencia de mentalidad es evidente. El otro día, en el estadio, tuve la sensación de ser el único tonto que no arrojaba las cáscaras de las pipas al suelo. Y hablando de fútbol: ¿son los políticos responsables de que desde que empieza un partido hasta que acaba no se pare de escuchar insultos a técnicos, jugadores y árbitros? Da vergüenza y asco esa continua violencia verbal. Ese tipo de educación no se aprende en las aulas. A lo sumo se muestra, pero donde se mama es en la sociedad, en el seno de las familias. En el ejemplo. Y me temo que a día de hoy actitudes ejemplares solo se pueden lograr y transmitir a base de sanciones, porque parece que no somos capaces de comportarnos como personas civilizadas. Eso lo primero y luego construir un modelo eficaz de base, donde se potencien los valores, no materias teóricas teledirigidas según determinados intereses religiosos, nacionalistas o políticos.

Pero ahí estamos, septiembre tras septiembre, con la misma imagen en pantalla. Comenzamos las clases, entrevistas a los más pequeños, a padres, a maestros, la reina que acerca al cole a sus hijos, bla, bla, ba. Sandeces. A ver cuándo, de una puñetera vez, algún informativo comienza así:

Se inicia el curso escolar y seguimos con los mismos problemas: los maestros han perdido su autoridad, los padres se les enfrentan, cuestionan sus métodos, los demandan por chorradas, no se cubren las bajas, el personal docente ve disminuir día a día sus emolumentos, los ratios de alumnos por clase aumentan, las obras en los colegios se retrasan, los alumnos pasan de curso sin alcanzar los niveles mínimos exigibles, no se frena el absentismo escolar, el nivel cultural medio es bajísimo, el contenido curricular absurdo, las becas son una miseria, se manipulan las pruebas de diagnóstico, se falsean datos para la adjudicación de plazas, se obvian ingresos para obtener ayudas sociales de comedor o aulas matinales, se pierde la vocación, acaban estudiando magisterio muchos estudiantes que por nota no pueden acceder a otras carreras, los inspectores adoptan resoluciones salomónicas para contentar y no para optimizar, asignaturas que no sirven para nada siguen pegadas al sistema educativo, si un niño se cae y se hiere la culpa es del colegio por no ser redondo, si un niño suspende la culpa es del profesor que no sabe enseñar, el número de interinos que cambia de plaza sigue siendo muy alto, no se mantienen las instalaciones, no existen planes actualizados de evacuación, no se toman las medidas adecuadas de protección de riesgos, no se siguen programas adecuados de desinsectación y desratización, no se pintan las dependencias con regularidad, no se les exige a los niños o a sus padres que cuiden las instalaciones y un larguísimo etcétera que ocuparía varias páginas.

Comienza el curso y la educación, un año más, cae en picado. PERDEMOS EDUCACIÓN A TODOS LOS NIVELES. Ese debería ser el titular, no los niños con sus mochilitas, como todos los años, y todos tan contentos.

No es lo que parece

16.07.2014 23:24

Si hay un deporte, juego o actividad que goce del respeto y la admiración de todos, ese es el ajedrez.

Aceptada por todos la idea del ajedrez como algo noble y vinculado a la inteligencia, quien más quien menos gustaría ver a sus hijos practicándolo. Hablando de inteligencia se me viene a la cabeza un chiste. Un erudito personaje se jactaba de su inteligencia, alardeando de continuas conferencias, de los campos que dominaba, del reconocimiento, de los galardones... Quienes lo escuchaban propusieron hacerles preguntas de temática variada y el sabiondo respondía a todas con gestos de superioridad. En eso, un humilde obrero le preguntó si podía decirle quién era el Follullo. Tras un rato de reflexión, nuestro personaje tuvo que admitir que no había oído hablar de él. El Follullo era quien se tiraba a su mujer mientras él andaba de viajes y conferencias. Habría que preguntarse si el Follullo no era más inteligente.

Desde mi punto de vista, inteligencia y felicidad están estrechamente unidas. Pero eso sería tema a debatir con psicólogos. El objeto de este artículo, banal como todo lo que suelo redactar en verano, es mostrar que ni el ajedrez, tan cargado de virtudes, escapa a los comportamientos necios, absurdos, provocadores o inmorales propios de los humanos.

Probablemente conozcan las excentricidades de los grandes genios del tablero y hayan oído hablar de episodios siniestros acontecidos en torneos de relevancia. Por ello, para esta ocasión he descendido al escalafón de los aficionados y he seleccionado anécdotas propias o muy cercanas. Seguro que se sorprenden.

Comienzo esta exposición con una competición de equipos. Nos desplazábamos 120 kilómetros para disputar un encuentro en Ubrique. Un camino complicado, sinuoso, a través de la sierra. A mitad del camino de ida, el conductor detiene el vehículo junto a una piara de lindos cerdos. ¡Estaba dispuesto a llevarse uno! Su intención era meterlo en el maletero, continuar el viaje, jugar las partidas, comer y regresar a casa. Total: diez o doce horas con el cochino gruñendo en el maletero. Solo los que íbamos en aquel coche sabemos cuánto nos costó convencer a nuestro tozudo acompañante. Lo que todos hubiésemos querido era haber consumado un trueque: dejar al más salvaje en el campo y llevarnos a jugar al verraco. ¡Hay que ser bruto!

En más de una ocasión he jugado partidas con rivales que dedicaron más tiempo a mirarme a mí que al tablero. Recuerdo especialmente uno de mirada loca, asesina. Guerra psicológica. Hay quienes usan gorras para protegerse y no perder concentración. A veces, en lugar de ojos de perturbados te encuentras con señoritas de voluptuosos y aireados encantos. Ahí son pocos los que se ponen gorra… Un buen amigo cuenta que un día, durante una partida, su rival se acercó a él antes de ejecutar su movimiento y le susurró: «Me cago en tu puta madre». Mi amigo quedó sorprendido: «¿He escuchado lo que me ha parecido escuchar? ¿No me habrá propuesto tablas y yo entendí lo otro?  No, no, ha dicho lo que ha dicho. ¿Qué hago: reclamo al árbitro? Lo va a negar…». Después de reflexionar un rato tomó la siguiente decisión: antes de realizar su jugada se acercó al rival y le susurró: «Yo también me cago en tu puta madre».

¿Dónde creen que es el lugar más extraño donde he jugado al ajedrez? Pues fue en un quirófano, con patucos verdes y todo. Éramos cuatro y ninguno se encontraba enfermo ni pendiente de intervención quirúrgica. Fue algo totalmente surrealista. Uno de nosotros era médico. Tenía guardia y debía estar localizable. Desde luego no podía hallar un sitio más cercano, por si tenía que intervenir de urgencias. Los demás consentimos alucinados. En un momento dado, el que nos llevó allí abandonó la sala. Pocos después entró otro facultativo. La cara de sorpresa del hombre cuando vio allí a tres desconocidos jugando al ajedrez… Una y no más, santo Tomás.

La buena reputación del ajedrez no se va a empañar un ápice por lo que voy a exponer a continuación. Es un deporte noble, de caballeros, pero la realidad es que se ve cada personaje en los torneos… ¿Quién no se ha encontrado con jugadores que olían a perros muertos? ¿Y borrachuzos? Yo he visto rondas matinales con tipos en pijama, bebiendo cerveza a las diez de la mañana o comiéndose un plato combinado de tres mil calorías en plena partida. Extravagantes, maleducados, petulantes… Lo mismo que nos podemos encontrar en cualquier sitio.

En cierta ocasión jugábamos unas partidas rápidas en una cafetería. Resulta que ese día organizaban una fiesta. La cosa se fue caldeando y el jaleo incrementándose. Así que nos recolocamos en la terraza, en el rincón más alejado. Pero la fiesta iba a más. En esas, una chica con alguna copa de más se quedó mirando el tablero. Comenzó a decir chorradas pero nadie le prestaba atención. Indignada, no se le ocurrió otra cosa que levantarse la falda y colocarse a modo de amazona a cinco centímetros del tablero, dejando entrever sus encantos a través de la fina tela blanca de su ropa interior. Lo curioso es que los dos jugadores continuaron moviendo sus piezas entre las piernas de la chica. ¡Por nada del mundo querían perder la partida, ni ante tan seductor panorama!

Después de esto, ¿alguien puede sostener que el ajedrez es aburrido?

Anécdotas hay mil, pero es necesario concluir el artículo. El ajedrez desarrolla la responsabilidad y el espíritu crítico, potencia las facultades intelectuales, fomenta valores relacionados con la deportividad, etc, pero hay excepciones y, como todo en la vida, no es oro todo lo que reluce. La estupidez no escapa a nada ni a nadie.

¿Y tú, amigo ajedrecista: qué anécdota puedes contarnos? Anímate y nos reímos un rato. 

Patria y bienestar

15.05.2014 16:57

Resulta una realidad incontestable que estoy condenado a oír hablar catalán todos los días del resto de mi vida. Eso o no ver la televisión. Es algo que se repite a diario: cuando no son manifestaciones que emanan del entorno del Fútbol Club Barcelona, llegan en forma de declaraciones de ínclitos políticos de cuyos nombres prefiero no acordarme. Y si sucede el poco probable caso de que no haya noticias de relevancia en dichos ámbitos, ya se encargan los presentadores de intercalar términos en catalán (Parlament, president, Lleida, Girona…), no vaya a ser que se complete una edición completa en castellano y salten voces indignadas por tamaño agravio.

Obvia aclarar que no tengo nada en contra del idioma catalán, podría decir lo mismo del gallego, el euskera, el bable o el chino. La razón que sustenta mi alegato, tan lógica como simple, es que no lo comprendo. No me entra en la cabeza, así me la trepanen, el motivo por el que en un espacio donde nos movemos un grupo que en su integridad domina un idioma, algunos se empeñen en comunicarse con otro. A cuento de esto, me viene a la memoria el Certamen Internacional del Absurdo que se celebró hace unos años y que ganó brillantemente España con la contratación de veinticinco intérpretes para que nuestros queridos e importantísimos senadores se entendiesen. Ver para creer.

Cuando decidí exponer este asunto me propuse desvincular la idea del contexto independentista, por su complejidad, y, por supuesto, del anticatalanista, por su mezquindad, pero ¿cómo hacerlo si los políticos nacionalistas no hacen más que utilizar el idioma como adalid en sus pretensiones independentistas?

No voy a cuestionar la legitimidad de estas reivindicaciones porque los acérrimos de ambas partes arrimarán de inmediato las ascuas de la Historia a sus propias sardinas y no contamos con un Salomón a mano que dirima. Tampoco quiero ni puedo valorar, mucho menos juzgar, los sentimientos de nadie, sean, connaturales, adquiridos o adoctrinados. Pero si me reafirmo en acentuar como inmoral promover campañas que persigan la desunión sin relacionar, con pelos y señales, las consecuencias. Las cartas sobre la mesa: antes que la patria está el bienestar. Y la separación, el independentismo, la desunión no va a mejorar la calidad de vida de nadie, salvo la de los aprovechados de siempre, que esos nunca dejan pasar la oportunidad de deslizar la mano bajo la falda de la coyuntura para enriquecerse.

Qué triste resulta oír proclamas que aluden al sometimiento, al yugo y la opresión. La historia de la humanidad se ha forjado a base de conquistas. Que en pleno siglo XXI se cuestionen uniones u ocupaciones de hace quinientos años no puede ser más ridículo. ¿Vale la pena buscar pedigrí a los pueblos si la finalidad última es aislar, preservar la pureza de la raza? ¿No hablamos de la misma semilla que germinó en nazismo? Así andamos, criando tirria, fomentando a un lado el antiespañolismo, malditos y prepotentes españoles conquistadores, y a otro el anticatalanismo, catalanes traidores que reniegan de sus hermanos.

¿Piensan catalanes y vascos que los andaluces no tenemos nuestra idiosincrasia, nuestra forma de ser y vivir única y distinta del resto de España? Se podría replicar que reclamemos también nuestra independencia. ¿Y quedaría la cosa ahí? Los separatismos son insaciables, se alimentan de su propia naturaleza y jamás se detienen. Porque si Andalucía es única, bien es cierto que existen notables diferencias entre sus provincias. Nada que ver entre un sevillano y un malagueño. O entre un gaditano y un granadino. Es más, si nos centramos en mi provincia, la zona de la bahía de Cádiz tiende al seseo en tanto que el Campo de Gibraltar cecea. Somos distintos. ¿Y qué hacemos: nos segregamos hasta el infinito? ¿Quién no garantiza que Barcelona dirá un día, dentro de diez, cincuenta o cien años, que quiere ser independiente? ¿Acabamos separando barrios en las ciudades, aislando guetos? ¿Tan difícil es entender que las separaciones son excluyentes, insolidarias, intolerantes y racistas?    

Atrás quedó el franquismo. Ahora todos en España gozamos de las mismas libertades, disfrutamos los mismos derechos y nos joden los mismos problemas. Claro que respeto la libertad de los pueblos de elegir su destino, pero creo en la unión como símbolo de prosperidad, desde el punto de vista económico y, sobre todo, humano.

Ojalá un día Portugal y España se unieran en un solo país, llámese Iberia o como se antoje. Ojalá la Unión Europea sea un día una unión de verdad. Ojalá el planeta sea un día uno solo. Utopías propias de sueños. Pero puestos a soñar, me conformaría con que se acabasen las discusiones y los enfrentamientos, que remitieran la antipatía y el rencor y, sobre todo, que se deje de matar, aquí, en Ucrania y en cualquier rincón, por un concepto tan abstracto como la patria.

Se ve a la legua la demagogia, cómo pretenden y logran que se priorice el asunto soberanista y que se aborde con conversaciones más propias de fanáticos hinchas, tan interesadas como incoherentes. Se ve a kilómetros que manipulan, que fomentan la confrontación e incitan al odio. Se ve a años luz que les importa un bledo la paz, la felicidad y el bienestar del que se gana la vida con el sudor de su frente. En nuestras manos está pensar en nosotros como personas, no como súbditos de países. En nuestras manos está centrarnos en lo importante, en vivir y prosperar, y dejar las chorradas futboleras para los ratos de ocio.

 

No sin las redes

09.04.2014 16:11

Nos estamos volviendo gilipollas. O tal vez lo fuéramos siempre y ahora me estoy dando cuenta. Tal descubrimiento debo agradecérselo −¿o debería decir imputárselo?− a las redes sociales. Había algo que no cuadraba: yo, que rehuía de los diarios deportivos, que prefería leer las noticias en el teletexto para esquivar las opiniones aviesas y partidistas, que me esmeraba por seleccionar la calidad, me veo ahora repasando a diario toneladas y toneladas de sandeces a través del portátil.

Entro en Facebook. Ahí me indican que a varias personas les gustó mi último mensaje, que uno ha colgado una foto del perro correteando y que hay una solicitud de amistad de alguien que no tengo ni pajolera idea de quién es. Lo normal. A continuación procedo con el típico vistazo. Primer mensaje: “Día lluvioso, voy a prepararme un café” Como no podía ser de otra forma, ya alguien ha respondido con un “Me gusta”. Segundo mensaje: la imagen del sol ocultándose con unas lindas palabras sobreimpresas: “El amor mueve montañas”. Me gusta. Me gusta. Siguiente mensaje: “La he fastidiado, me he roto un dedo del pie” Me gusta. Me gusta. Me gusta. ¿Es que estamos tontos? ¿Qué te gusta, que se haya roto el pie? Esto se ha convertido en un sinsentido, un batiburrillo sin pies ni cabeza.

¿Qué buscamos realmente en las redes sociales? Si la respuesta es ocio, no hay nada más que hablar. Pero yo no veo lógico admitir como amigos a quienes luego vuelves la cara en la calle para no saludar. O felicitar el cumpleaños de alguien porque te lo recuerda la aplicación y no ser capaz de llamar o quedar para tomar una copa. El uso de las redes sociales esconde otros intereses, que van desde el espejo de nuestro avergonzado narcisismo hasta el escaparate donde martillear nuestros anhelos promocionales y comerciales. Más seguidores se traducen en un mayor número de individuos susceptibles de ver lo que a cada cual interesa que vean.

No seré yo quien abandere una campaña contra el mal uso que el sapiens (permítanme la terminología, ha sido mucho tiempo de convivencia con trogloditas) hace de las innovaciones tecnológicas, porque para empezar debería predicar con el ejemplo, pero sí que me atrevería a solicitar un mínimo de mesura. El intento al menos, aplíqueme yo también el cuento.

No repetir hasta la saciedad, no entablar conversaciones privadas en Twitter, no inundar los grupos WhatsApp de chorradas, mucho menos a deshoras, no reenviar todas las tonterías que nos llegan, seleccionar lo verdaderamente interesante, ser un poquito más modestos con nuestros “logros”… Mil cosas más que todos sabemos.  

Será una utopía, pero igual un granito de arena de cada cual pudiera lograr convertir las redes sociales en un fabuloso punto de encuentro, no un vertedero donde necesitas escarbar una hora para localizar algo de valor.

Ya, ya, ya lo sé: silencia los grupos, selecciona los amigos en Facebook, si no te gusta no entres y deja de dar por culo a los demás. Ya. 

Igual lo hago un día de estos. Un día de estos, pero no ahora, que me acaban de colgar un comentario positivo del libro y quiero compartirlo, que tengo que hacer unos cuantos retuits para que no se olviden de que existo y pulsar algunos “Me gusta” de ciertos amigos, que los tengo un poco olvidados. ¡Ostras! Y comentar una foto muy mona que colgó ayer mi prima… ¿cómo se llama?, Mari…Ángeles, creo, y, sobre todo, que ya no puedo soportar oír los pitidos del WhatsApp y necesito saber qué estarán hablando los colegas.

Otro día me reconvierto.

 

Dedicatoria

10.03.2014 15:59

Mi segunda novela está dedicada a mucha gente. Puede que también a ti.

 

A ti si has pasado por duros momentos, si todo se te ha vuelto en contra y has sentido deseos de arrojar la toalla, de dejar de existir.

A ti si has sabido luchar hasta el final, si te has agarrado a la última esperanza.

A ti que nunca te rindes.

 

 

 

Cuenta atrás

09.03.2014 11:29

VIERNES 14 DE MARZO. Esa es la fecha de publicación de mi segunda novela. Estará disponible en formato digital, a través de Amazon, y en formato papel, a través de CreateSpace. Precio especial solo ese día. En breve desvelaré el título, la sinopsis y la portada.

Nacer sin suerte

26.02.2014 19:50

Nació timorata, sin llamar la atención, sin el beneplácito de su autor, que había proyectado para ella un destino más modesto. No hubo flechazo. No creció veloz, como su hermana, con la ilusión y el entusiasmo de la novedad. Se tuvo que ganar el calor y el cariño de su progenitor poco a poco, palabra a palabra, capítulo a capítulo, sobrellevando con paciencia largos intervalos de ausencia, de abandono.

Dos años y medio. Ese tiempo separa la primera palabra de la última. Ahora sí, la segunda novela. Acabada. Deseando afrontar su puesta en sociedad, se entrega temblorosa a los lectores de prueba. Pero la suerte no quiere acompañarla. Solo uno de los tres minuciosamente elegidos, el más cercano y, por ende y sin que lo pretenda, el menos objetivo, emite su informe. Los otros dos, bloguero y lector empedernidos, se excusan un mes después. Circunstancias inesperadas les impiden cumplir su compromiso.

Hay que sobreponerse y seguir adelante. La portada está en marcha, encargada a un diseñador de confianza. Pero las semanas pasan, tiene demasiado trabajo y un favor no puede convertirse en una obligación. Es mejor no continuar.

Han pasado seis meses desde el punto final. Hace mucho que acabó la revisión. En paralelo a los preparativos para la autoedición, la novela se presentó a un concurso. Otra vía. Supone un sacrificio porque hay que aguardar varios meses, se presentan cientos de títulos y las posibilidades son escasas. El fallo tendría que estar a punto de hacerse público, pero, de repente y sin más explicaciones, lo postergan siete meses. No se puede tolerar. Novela retirada.

Parece que todo le sale mal a la pequeña, que no podrá llegar a la altura de la primera. Pero ya está formada y merece ver la luz. Pese a los reveses, lo va a intentar. Otra historia. Otra época. Otros personajes. Otra trama. Todo tan distinto y a la vez tan semejante. Ya está en marcha la maquetación y la portada, últimos pasos.

No, mi segunda novela no arrancó con buen pie y no ha gozado de ningún privilegio, pero el lector será quien tenga la última palabra. Si no hay más contratiempos, disponible en este mes de marzo. 

Llegar a viejo

07.02.2014 23:01

Hermann Hesse

Sobre la ancianidad (1952)

 

La edad provecta es una etapa de nuestra vida y, al igual que todas las restantes, posee su rostro propio, una atmósfera y temperatura peculiares, alegrías y miserias propias también. Nosotros, los viejos de cabello blanco, tenemos también nuestra tarea, al igual que nuestros hermanos más jóvenes; una tarea que da sentido a nuestra existencia, y hasta un enfermo de muerte y moribundo, al que apenas puede alcanzar una invocación de este mundo de aquí, tiene su tarea propia y ha de cumplir muchas cosas importantes y necesarias. Ser anciano es una tarea tan hermosa y sagrada como ser joven; aprender a morir y morir realmente es una función tan llena de dignidad y valor como cualquier otra, supuesto que sea cumplida con reverencia ante el sentido y la santidad suprema de toda vida. Un anciano que tan solo aborrece y teme a la vejez, al cabello cano y a la proximidad de la muerte no es digno representante de su edad, como tampoco lo es el hombre joven y robusto que odia su profesión y su trabajo diario y procura zafarse de ellos.

Dicho en pocas palabras: para cumplir debidamente el sentido de la vejez y mostrarse a la altura de su tarea, hay que estar de acuerdo con esta misma vejez y con todo cuanto trae consigo, hay que decirle un sí sin restricciones. Sin este sí, sin la entrega total a lo que la Naturaleza exige de nosotros, perdemos el valor y el sentido de nuestros días - ya seamos viejos o jóvenes - y cometemos una estafa con la vida.

Todos sabemos que la edad anciana comporta múltiples achaques y que a su término se alza la muerte. Año tras año es preciso ofrecer sacrificios y llevar a cabo renuncias. Hay que aprender a desconfiar de los sentidos y las fuerzas propias. El camino que poco tiempo antes no era sino un pequeño y grato paseo, tórnase ahora largo y fatigoso, y llega un día en que ya no podemos recorrerlo más. Hemos de renunciar a los manjares que durante toda nuestra vida hemos comido con gusto y placer. Las alegrías y goces corporales se tornan cada vez más raros y han de ser pagados a precio creciente. Y además, todas las lacras y enfermedades, el debilitamiento de los sentidos, el entumecimiento de los órganos, los incontables dolores, sobre todo en las noche tan frecuentemente largas y asaltadas por el constante temor.... todo esto son cosas imposibles de negar, son la amarga realidad. Pero sería triste y mezquino abandonarse únicamente a este proceso de decadencia y obstinarse en no ver que también la ancianidad tiene sus cosas buenas, sus ventajas, sus fuentes de consuelo y sus alegrías. Cuando se encuentran mutuamente dos ancianos, jamás deberían limitar su diálogo al maldito artritismo, a los miembros entorpecidos y al ahogo producido por la subida de escaleras, no deberían intercambiar tan solo sus dolencias y sus enojos, sino también sus experiencias y recuerdos alegres y consoladores. Que son también muy numerosos.

Cuando traigo a colación de recuerdos estas hermosas y positivas páginas en la vida de los viejos y digo que nosotros, los que tenemos blanco el cabello, conocemos fuentes de vigor, de paciencia y de gozo que en la vida de los jóvenes no juegan papel alguno, no me corresponde hablar de los consuelos de la religión y de la Iglesia. Eso es asunto de los sacerdotes. Pero sí puedo llamar con nombre propio a algunos de los dones con que nos obsequia la vejez. El más preciado para mí de todos estos dones es el tesoro de imágenes que se acumulan en la memoria después de una larga vida y a las cuales se vuelve con interés más vivo y vario que nunca se hizo con anterioridad, según va apagándose en nosotros la actividad juvenil. Figuras y rostros humanos que no pisan ya la tierra desde sesenta o setenta años ha, prosiguen viviendo dentro de nosotros, nos pertenecen como cosa propia, nos prestan compañía, nos miran con ojos que viven todavía. Casas, jardines, ciudades, que en el correr de los años transcurridos han desaparecido o han cambiado por completo, nos contemplan incólumes como antaño, y en nuestros libros de estampas hallamos de nuevo, frescas y llenas de colorido, las lejanas montañas y las largas costas marinas que contemplamos en nuestros viajes decenas de años atrás. La mirada, la observación, la contemplación, tórnase más y más en costumbre y ejercicio adiestrado y el temple de ánimo y el ademán del contemplador penetran imperceptiblemente toda nuestra conducta. Nos sentimos acosados por deseos, ensueños, apetitos y pasiones, como la inmensa mayoría de los hombres, precipitados aquí y allá durante los años y décadas de nuestra existencia, impacientes, expectantes, llenos de tensión, sacudidos vivamente por sensaciones de plenitud o de desencanto..., y hoy, cuando hojeamos cuidadosamente el gran libro ilustrado de nuestra propia vida, nos maravillamos de cuan hermoso y bueno puede ser verse libre de aquel acoso y aquella persecución y haber llegado a la vita contemplativa. Aquí, en este jardín de los ancianos, florecen ciertas flores en cuyo cuidado apenas hemos pensado en años anteriores. En él florece la flor de la paciencia, nobilísima especie que nos hace más resignados y tolerantes, y cuanto menor se torna nuestra apetencia de usurpación y de acción, tanto mayor se vuelve nuestra capacidad para escuchar y contemplar la vida de la Naturaleza y la vida de tos demás hombres, para dejar que pase ante nosotros sin crítica y con creciente asombro ante su infinita variedad, a veces con interés y recóndita compasión, a veces con risa, con viva alegría o con humor. Hace pocos días me hallaba yo en mi jardín ante una fogata que acababa de encender y que alimentaba con ramaje y follaje seco. Y he aquí que llegó .una anciana, cruzando a lo largo del seto de espino; contaría cerca de los ochenta años y al pasar se detuvo y me miró. Yo saludé y entonces ella se echó a reír y dijo "Hace usted muy bien en encender ese fuego. A nuestros años hay que irse acostumbrando poco a poco al infierno." Con estas palabras se inició un diálogo en el cual ambos nos lamentamos mutuamente de todas nuestras dolencias y flaquezas, pero siempre dentro de un tono de broma. Y al final de nuestra conversación ambos hubimos de confesarnos que pese a todo no éramos todavía tan terriblemente viejos, y que ni siquiera podíamos considerarnos como auténticos ancianos mientras viviese en nuestro pueblo la más vieja de todas: la centenaria.

Cuando la gente joven, con la suficiencia de sus fuerzas y su despreocupación, ríe tras de nosotros y encuentra cómicos nuestros escasos cabellos blancos, nuestro andar fatigoso y nuestro escuálido pescuezo, nosotros recordamos que antaño, cuando nos hallábamos en posesión de idéntica fuerza y despreocupación, también sonreímos en casos semejantes y no solo no nos sentimos humillados y vencidos, sino llenos de íntimo gozo por haber podido superar esta etapa de la vida y habernos tornado un tantico más sensatos y más pacientes

 

Educación por la entrepierna

13.01.2014 16:47

Hace unos meses redacté un artículo que titulaba “Para entender la crisis”.enriqueosuna.webnode.com/news/para-entender-la-crisis/

Incluía un pequeño test para que, en un ejercicio de sinceridad y como autocrítica, valorásemos la nobleza de las acciones que conforman nuestro proceder rutinario. Pretendía hacer reflexionar hasta qué punto es práctica habitual en nuestro país defraudar a Hacienda, a las compañías de seguro o a la Seguridad Social. Quedarnos con lo ajeno, aprovecharnos de lo que no es nuestro. Contribuir, con nuestra mansa colaboración, al sostenimiento de la delincuencia comprando productos robados o falsificados, descargando material con derechos de autor o aceptando trabajos sin IVA. 

En definitiva, planteaba tomar en consideración la tétrica sospecha que planea sobre nuestras cabezas, la idea de que quizá tengamos lo que nos merecemos: ladrones a gran escala con grandes recursos que emergen de una sociedad de ladronzuelos con pequeños recursos.

   

¿Somos tan ruines los españoles? Por cuatro chorraditas de nada… ¿Qué malo tiene detener un momento el coche y tomar unas naranjas de la finca de un rudo agricultor que no aporta más que callos a la sociedad? ¿Quién se va a enterar si pedimos a nuestro tío, que es médico, que nos agilice la visita al especialista? No creo que nadie se moleste por colarnos ¿O pedir a nuestra prima, que es la directora de ese colegio tan bonito libre de golfos, que reserve una plaza para nuestro sobrinito? A fin de cuentas, quien más quien menos maquina empadronamientos para lograr el colegio que le conviene. Hay que buscarse la vida, que el que no tiene padrinos…

 

Los españoles, lo queramos o no y por triste que suene, aprendemos –o nos encauzamos- a base de palos. ¿Recuerdan cuánto costó acostumbrarnos a usar el cinturón de seguridad en cualquier trayecto? Solo cuando se procedió a sancionar con contundencia aceptamos la conveniencia de su utilización. Aún así, sigue habiendo incautos que arriesgan su vida por no seguir esta sencilla medida. Está claro que los palos no son tan duros. Total, si no van a pagar la multa y van a seguir conduciendo sin puntos… En materia de seguridad vial no hay que remontarse tan atrás. ¿Quién no conoce un amigo que se toma dos copas, o tres cervezas, viendo un partido de fútbol y luego se sienta al volante con absoluta tranquilidad? Esto no se acabará con sanciones económicas. Cuando exista una ley que mande directamente al trullo, sin atenuantes ni contemplaciones, a quien dé positivo en un control de alcoholemia, se erradicará esta temeridad. 

 

He tenido la fortuna de viajar lo suficiente para distinguir ciudadanos que actúan bajo el mismo patrón que los españoles, de los que dan constantes ejemplos de civismo. Y entre estos últimos, los que lo hacen porque reciben cada día su dosis de jarabe de palo dentro de un régimen dictatorial y los que están educados en un entorno de sensibilidad y cordura.

 

La educación. Ahí está la madre del cordero. Aunque deberían, no podemos esperar ejemplo de las grandes instituciones: monarquía, parlamentarios, políticos, sindicatos, clero… ya han demostrado estar infectados de corrupción. Es necesario que nuevas hornadas de políticos y dirigentes crezcan en un ambiente sano, que hayan visto la honestidad en sus padres, que se les haya inculcado convenientemente en las escuelas. Y esto no se consigue de un día para otro

 

Es obvio que algún día habrá que empezar a mimar la educación, a construir un modelo con cimientos sólidos, después de que destrozáramos un sistema −por el absurdo motivo de que se utilizaba en la época franquista− que, al menos en lo relativo al conocimiento, funcionaba bien. El problema es que los que tienen que liderar el cambio no van a ponerse nunca de acuerdo. Unos que si la inclusión obligatoria de la religión (tócate los huevos), otros que si la lengua regional debe ser la principal (tócate el resto) y nadie preocupado por educar en los valores que nos hagan más cultos y mejores personas. Y en medio de este sinsentido, recortes y más recortes a uno de los pilares básicos de la sociedad. Y así nos va: un país donde crece desbocada la ignorancia, donde impera el desánimo entre los estudiantes que ven que su carrera no encuentra más salida que la emigración, donde el maestro ha perdido la autoridad y el respeto. Un país donde, entérese de una puñetera vez Sr. Wert (peor ministro de Educación en la historia de España y mira que hubo ineptos): NO TODOS PUEDEN ESTUDIAR. Porque las becas son escasas y llegan a destiempo, que hace cuatro meses que comenzó al año académico y no ha llegado un mísero euro a ningún estudiante.

 

Un páramo por panorama, porque los políticos se pasan, y lamentablemente se seguirán pasando, la educación por la mismísima entrepierna. 

La ineludible cita con el engaño

21.12.2013 11:19

Ya está aquí de nuevo, como cada año. Invade todos los hogares. Se cuela por cada rendija. Te busca. Su obsesión persecutoria no conoce límites. Y es imposible escapar. Este año, peor que nunca, anunciado por horripilantes monstruos. Estremecedores. El sorteo de Navidad.

No puedo con esta farsa. Me supera. Un timo en toda regla, montado con refinada parafernalia, cuidado con el mayor de los esmeros para que se perpetúe en los tiempos y garantice una recaudación descomunal a costa de la ilusión de las personas.

Eso que llaman “el Gordo” no es más que un premio flacucho. Al menos normal y corriente. Cuatro millones de euros. ¡Cuatro millones de embustes! Los muy pérfidos hablan siempre de premios en cuantía para el billete, pero no dicen −o procuran no difundir− que el billete cuesta 200 eurazos. Para adquirir un décimo hay que desembolsar 20 euros, casi nada, lo que nos gastamos en un café, vamos, y el premio máximo a que se aspira es de 400.000 euros. Sin contar la retención del 20 % que practica Hacienda, claro. Me he pasado con lo de flacucho, lo reconozco, la realidad es que el premio es suculento, un buen pellizco, pero no te va a quitar de trabajar. Y en ningún caso se trata de algo excepcional. Si jugásemos esos 20 euros en un cupón de la ONCE (disponible a diario) el premio ascendería a 466.667 euros. Y la probabilidad de acierto es la misma: una entre cien mil. Entonces, ¿para qué tanto bombo y platillo? ¿Sirve el argumento de que está muy repartido? No. En cualquier lugar se compran cupones mancomunados o se juegan primitivas en grupo. ¿Reparte muchos premios menores? Nada especial, también el resto de sorteos lo hace. Además, los premios menores bajan muchísimo en cuantía. Y de las pedreas mejor ni hablar.

Entiendo que a los padres les hará ilusión ver a sus hijos por la tele, yo preferiría que trajeran buenas notas o destacaran en cualquier rama artística, cultural o deportiva, pero cada quien es cada quien. Nada que objetar. Lo que no cabe en cabeza es que todos los medios de comunicación destinen una mañana completa a oír niños cantar, es un decir, numeritos con esa entonación tan latosa, anunciando una y otra vez premios míseros. Sí, la pedrea es una miseria. Multiplicas por cinco el importe que juegas. Ni más ni menos.

Por último, el telediario. Conectamos con la localidad de Triquitrau donde ha caído el tercer premio. Y ahí nos vemos gente pegando botes. ¿Cuánto le ha tocado a usted? No sé. ¿Qué piensa hacer con tanto dinero? Tapar agujeros. El infeliz no sabe que ha jugado una participación de dos euros, de los que cuarenta céntimos corresponden a donación y que el premio final que le corresponde, libre de impuestos, por esa participación del tercer premio es de 3.200 euros. Rico que se ha hecho. Que sí, que son tres mil eurazos, pero premios como este se dan en la primitiva varios cientos cada semana y nadie sale en la tele.

Todo dinero es bienvenido, y más en estos tiempos, y es motivo de alegría. Pero lo que jode es el enmascaramiento, el engaño. Por eso odio el sorteo de Navidad y odio a los politicuchos que manipulan y orquestan, con exclusivo afán recaudatorio, vendiendo ilusiones, jugando con las necesidades. Más valdría que anunciaran que el importe de las ganancias se destinaría íntegramente a la apertura de comedores sociales. ¡Malditos sean!

Se acabó el berrinche. Me quedé tranquilo. Les aseguro que no conozco al Grinch y espero que nadie me haya confundido con el señor Scrooge, no me agradaría recibir la visita del Espíritu de las Navidades pasadas y futuras. Todo lo contrario: me encanta la Navidad.

Sean felices, disfruten con los amigos, abracen a sus seres queridos como si fuera el último día y que 2014 os colme de felicidad. De todo corazón.

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