Tregua en verano

17.07.2013 23:54

Me he dado cuenta de que en mis últimas intervenciones en este blog no hago otra cosa que despotricar. Puede que sea lo más adecuado, viendo cómo está el panorama, pero en esta ocasión me apetece aportar algo que contribuya al esparcimiento veraniego de los seguidores de esta modesta página. Un poco de entretenimiento para cuantos quieren disfrutar sus vacaciones olvidando por unos días la piara de ineptos, mequetrefes, mangantes, oportunistas y golfos que pululan por las instituciones públicas (Algo tenía que largar, no podía resistirme).

 

Sirvan, pues, para ello una selección de historias que conozco de hace tiempo y que se cuentan como modelos de cómo debe gestionarse la información para optimizar la estrategia empresarial. Ahí van, con sus respectivas moralejas:

 

Un hombre se va a dar una ducha justo cuando su esposa está terminando de hacerlo. En ese momento llaman a la puerta. Después de algunos segundos de duda, ambos deciden que irá ella. Abre la puerta, envuelta en una toalla, y se encuentra al vecino con un fajo de billetes en la mano. Al verla en aquella situación, y antes de que ella pronuncie una palabra, le dice: «Te doy mil euros si dejas caer la toalla al suelo». Ella piensa unos segundos, valora que el marido no se va a enterar y que le vendría muy bien el dinero. Deja caer la toalla y, después de que el vecino se deleite contemplándola por unos segundos, toma los mil euros y cierra la puerta. Se envuelve de nuevo en la toalla, guarda el dinero y regresa al baño a secarse el pelo. El marido se interesa por quién había tocado el timbre. «El vecino de al lado», responde ella. Y enseguida él pregunta: «¿Te devolvió los mil euros que le presté ayer?»

Comparta, a la mayor brevedad, la información importante con las personas que deben estar informadas y evitará riesgos indeseables.

 


Un cura va conduciendo cuando ve una monja parada a un lado de la carretera, esperando el autobús. El cura se detiene y se ofrece a llevarla. La monja acepta encantada. Al sentarse, el hábito se abre un poco y deja ver una hermosa pierna. El cura lo advierte y no puede resistir la tentación de tocarla. La monja, al sentir el contacto, mira al cura y le dice: «Padre, recuerde el salmo 129». El buen hombre retira de inmediato la mano y pide disculpas, pero sus ojos no pueden dejar de mirar la pierna. Poco después, su mano salta de la palanca de cambio al muslo de la monja. «Padre, recuerde el salmo 129», reitera ella. El cura, avergonzado, retira la mano y trata de disculparse: «La carne es débil, hermana». El cura deja a la monja en su destino y continúa su viaje. Cuando llega a casa, corre a ver qué dice el precepto a que la religiosa hacía referencia: «Salmo 129: Sigue adelante e inténtalo. Alcanzarás la gloria».

Si no está convenientemente informado, corre el riesgo de desaprovechar grandes oportunidades.

 

 

Un reo, condenado a cadena perpetua por múltiples crímenes, se fuga de la prisión después de más de veinte años sin ver la calle. Al huir irrumpe en una casa donde duerme una joven pareja. El asesino ata al hombre en una silla y a la mujer en la cama. A continuación acerca su rostro al cuello de la mujer y sale de la habitación. Arrastrando la silla, el hombre se acerca desesperadamente a su mujer y le dice: «Amor mío, este hombre no ha visto una mujer en años. He visto cómo besaba tu cuello y, aprovechando que ha salido, quiero pedirte que cooperes con él y hagas todo lo que te pida. Si quiere tener sexo contigo no lo rechaces y finge que te gusta. No lo hagas enojar. ¡Nuestras vidas dependen de ello! Sé fuerte, mi vida; te amo». La mujer le responde a su marido. «Amor mío: me enorgullece que, en momentos así, pienses en nosotros. Efectivamente, ese hombre no ha visto en muchos años una mujer, pero no besaba mi cuello. Estaba diciéndome al oído que tú le gustas y quería saber si guardábamos la vaselina en el lavabo. ¡Sé fuerte, mi vida; yo también te amo!».
En momentos puntuales, la información debe fluir con rapidez.

 

 

Un muchacho entra en una farmacia y dice al farmacéutico: «Buenos días, necesitaría un preservativo, pues mi novia me ha invitado a cenar esta noche en su casa y está deseando que le haga un favorcito, ya me entiende». El boticario le despacha el preservativo y cuando el joven va a salir, vuelve sobre sus pasos y dice: «Será mejor que me dé usted otro preservativo porque la hermana de mi novia, que es un bombón, me hace unos cruces de piernas que le veo hasta las entrañas, y como voy a ir a cenar a su casa…». Paga el segundo preservativo, piensa un momento y decide: «Déme uno más, porque la madre de mi chica, que está de muerte la señora, cuando no está mi novia delante, me lanza unas miradas insinuando que le meta mano y, nunca se sabe, como voy a ir a cenar a su casa esta noche…». Llega la hora de la cena y el muchacho tiene a un lado a su novia, al otro a la hermana y enfrente la madre de ambas. En ese momento aparece el padre de su chica, y se sienta junto a su esposa. El muchacho baja la cabeza y empieza a rezar: «Señor, te damos gracias por los alimentos…». El resto de comensales guardan silencio, respetuosos. Pasa un minuto, pasan diez, y el chico continúa rezando. La novia mira a su familia y decide intervenir: «No sabía que fueras tan religioso». A lo que el muchacho responde: ¡Ni yo que tu padre fuese farmacéutico!

No comparta información relevante con cualquiera.

 

Espero que hayan gustado. Por estas fechas apetece intercalar lecturas cortas, sencillas pero curiosas. Voy a recomendar un libro que estoy leyendo ahora y que incluye historias peculiares: Relatos de lo inesperado, de Roald Dahl. El título lo dice todo, ¿verdad? Otra interesante opción podría ser Mis juegos, paradojas y acertijos favoritos, de un tal… ¿Cómo se llamaba? Osuna, creo que era.

Pasen un feliz verano.