¿Qué pasa con Gibraltar?

28.10.2013 16:44

En los últimos meses no hemos parado de salir en todos los canales. Como no podía ser de otra forma, se ha aprovechado para airear los trapos sucios, los usos y abusos que cada lado de la frontera emplea en su denodado intento por joder al otro. Esto es lo que parece, lo que se pone en venta y, naturalmente, lo que se exporta. Lo triste es que esta disparatada porfía por descubrir la primigenia, si fue antes el huevo o la gallina (hablando de modo que todos nos entendamos, si el primer hijo de puta que prendió fuego fue gibraltareño o español), se expande por doquier y acaba incrustándose tanto en las mentes que se autoproclaman ilustradas como en las más rudas y obtusas. Y, lo que es peor, en nuestra propia población, los que aquí vivimos, que nos hemos respetado y querido siempre. Y ahí siguen los medios de comunicación, erre que erre, un día tras otro a vueltas con lo mismo. Pero, lo que son las cosas, todavía no he visto noticia o reportaje que señale a los verdaderos responsables de este desaguisado, los instigadores y potenciadores de una situación tan anacrónica como absurda.

 

No voy a esconder mi fascinación por Gibraltar. Un capricho de la naturaleza en forma de inmensa piedra, que se alza con orgullo en el extremo de una lengua arenosa rodeada de agua. Un paraje único, unas vistas fabulosas, lo mismo desde dentro que por fuera. Pero Gibraltar no es solo un paisaje. Hay que recorrer sus calles, tomar una buena pinta de cerveza y departir con su gente, su estupenda gente. Es como sentirse en otro país y a la vez en el propio. Porque Gibraltar huele a Gran Bretaña y sabe a Andalucía, es oír hablar español e inglés, es comer fish & chips y cazón en adobo, es bailar al son del mejor pop inglés y de la rumba. ¡Cómo no vamos a parecernos si somos hermanos! Comemos juntos, salimos juntos y, cuando llega la desgracia, lloramos juntos. ¿Por qué demonios entonces, a ojos de los demás, parece que nos odiemos? ¿Por qué se pretende emponzoñar a la población en lugar de buscar el fraternal entendimiento?

 

Estoy más que harto, no voy a decir hasta dónde, del «Gibraltar español». Es tan cansino que parece como que estemos a diario pregonándolo en la frontera. Una demanda que se enarbola como ejemplo de patriotismo, símbolo de un ideal y objetivo prioritario. Y yo, la verdad, no ceso de preguntarme que si tenemos más de medio millón de kilómetros cuadrados de superficie, ¿para qué coño queremos un pedacito más? Es que se encuentra en suelo español. Ah, sí, así sí. ¡Valiente sandez! A ver si nos enteramos de que la tierra no es de nadie sino de quien la ama. ¿En virtud de qué, sino de la violencia, tiene dueño la tierra? ¿O es que alguna vez un ser divino, justo y bondadoso repartió territorios a los pueblos por sus propios méritos? Hace más de trescientos años que Gibraltar no pertenece a España. Se han cimentado unos sentimientos y una forma de vida propios, un amor a la tierra que los vio nacer que no difiere del que pueda tener yo por la mía. A la fuerza solo se genera odio. Lo que tendría que hacer de una puñetera vez el gobierno español es dejar de demandar la soberanía. Dejar de dar por culo con la jodida soberanía. Aquí lo que interesa es la convivencia pacífica, la cooperación, el trabajo, la prosperidad. Llevarnos bien como pueblos amigos y hermanos. Pero el gobierno español, los políticos españoles, no ven más allá de sus orejeras.

 

Ahora bien, si torpe, incompetente y recalcitrante es uno, arrogante, arbitrario y sinvergüenza es el otro. Porque el gobierno de Gibraltar, con su primer ministro a la cabeza, no le va a la zaga al de España. Políticos de uno y otro bando parecen rivalizar a ver quién consigue el premio al más inútil de entre todos los inútiles. Si las colas son desproporcionadas, injustas e inhumanas, el proceder habitual al otro lado de la verja es caprichoso, egoísta y desconsiderado. Sin entrar a valorar el conflicto de las aguas, porque me parece absurdo pretender que un pueblo costero no disponga de agua donde al menos poder refrescar los cataplines, resulta injustificable lanzar bloques de hormigón al mar arguyendo razones tan peregrinas. No existen razones convincentes, y aunque las hubiera, no son formas de hacer las cosas. ¡Qué narices le importarán al gobierno gibraltareño los caladeros si no tiene flota pesquera! Pues nada, bloques al mar y que se alejen y fastidien los pesqueros españoles. Como yo pienso que esto es mío, y tengo una potencia mundial que me ampara y defiende, hago aquí lo que me salga de los mismísimos. Y le como terreno al mar aunque mis vecinos se queden sin playa. Y desarrollo mi actividad comercial en mi propio provecho, se joda quien se joda.

 

No es cuestión de cargar gratuitamente sobre esta actitud desdeñosa, aquí no somos un ejemplo precisamente. No es justo decir que practican el bunkering y no mencionar que a este lado se montó una inmensa refinería que se ha cargado la bahía más bonita de España, esparciendo mierda por tierra, mar y aire. Mierda que tragamos todos, españoles y gibraltareños. Seamos objetivos, al menos los que conocemos de primera mano el problema: ninguna parte es más culpable que otra, nadie es mejor que otro ni actúa con mejor fe que el vecino.

 

Alguna vez habrá que dejar de mirar atrás y empezar de cero, sin restregar las acciones ruines que se han sucedido sistemáticamente a ambos lados de la frontera. Aún estamos a tiempo, aún los políticos no han calentado lo suficiente a algún perturbado para que cause daños irreparables. Que ningún gibraltareño eche más en cara ni se pongan como rehenes a los trabajadores españoles que cruzan la verja porque cuando una persona presta su trabajo no existe favor. Nunca. El beneficio es mutuo. Que ningún español desprecie el uso que los gibraltareños hacen de nuestros servicios e instalaciones porque todos buscamos calidad de vida y porque el beneficio también es mutuo. Que dejemos de ver solo la paja en el ojo ajeno.

 

No se precisa más que voluntad. Si esto lo tuviéramos que arreglar entre un buen amigo de Gibraltar y yo, seguro que lo solucionábamos de inmediato. Porque yo comprendería sus sentimientos y dejaría de reclamar gilipolleces soberanistas y él reconocería la especialidad geográfica de esta ciudad y la riqueza que dimana de su singularidad fiscal. Entenderíamos que son dos espacios distintos y que los objetivos deberían ser comunes. Ninguno de los dos emprenderíamos proyectos, medidas o acciones que pudieran causar inconvenientes al vecino. Llegaríamos a acuerdos en materia fiscal y aduanera, respetaríamos las leyes de ambos lados, las haríamos comunes o las aproximaríamos lo máximo posible. Para crecer en común. Para vivir felices, en prosperidad, en paz.

 

Pero los que tienen que solucionar el problema, los políticos de aquí y de allá, son unos mamarrachos, mezquinos y facinerosos, que no piensan más que en sus propios intereses. Conmigo no van a poder, desde luego. Por más estupideces que suelten por los hocicos Rajoy, Picardo y sus secuaces, no van a lograr que deje de querer al pueblo de Gibraltar, de sentirlo hermano y amigo.