La certeza de lo venidero

09.06.2012 20:13

 

No consigo imaginar cómo lo vivieron los demás, por más que lo hayamos comentado infinidad de veces, pero sí puedo dar fe de que cada minuto de mi existencia he convivido con el anhelante vaho de la indefectible llegada de mi estelar momento. Hoy puedo asegurar que tanta ansiedad ha merecido la pena.

 

Me desperté a la hora prevista. Enseguida noté cómo la expectación me infundía un nerviosismo inusitado. Me corté al afeitarme, di mil vueltas antes de salir de casa y, justo cuando abandonaba el ascensor, descubrí que acudía al trabajo en zapatillas. Resulta divertido que nos haya sido vedada la anticipación de estas minucias, tolerables por su intrascendencia, que inundan nuestra cotidianidad con chispas de gracia.

 

El momento llegaría hacia el mediodía. Hasta entonces, las horas transcurrieron con una exasperante lentitud. Cuando el reloj de la pared marcó las once en punto la impaciencia se transformó en un turbador desasosiego. Escrutaba cada rostro de mujer intentando reconocer la complicidad en su mirada. “Si esperas a alguien lamento decirte que no soy yo, cariño”, me soltó una simpática chica no muy agraciada; confieso que sentí cierto alivio. ¡Qué ingenuo fui! ¡Cómo si el mágico instante pudiera pasar desapercibido! Cuando nuestros ojos se cruzaron supimos de inmediato que nos habíamos encontrado. Ese brillo en su mirada, la sorpresa, la ilusión, la satisfacción... ¡Qué bello es el alumbramiento del amor! “Le falta una copia de su último contrato”, alcancé a decir con voz trémula.

 

Mañana volverá más temprano. Me cruzaré con ella en la puerta. Aprovechando mi descanso para el desayuno le pediré que me acompañe. Sé que lo hará. La sobornaré aceptando el documento que le falta sin necesidad de guardar cola. Estoy deseando que llegue mañana, más aún, que fuese ya sábado para probar al fin la miel de sus labios. Lo nuestro ha sido un maravilloso flechazo. ¿Saben? Por un instante me ha invadido la congoja de saber que fallecerá dentro de tres años y siete meses. Pero, ¡qué caramba!, ese es nuestro destino. ¿Y la felicidad que me regalará?  Pienso vivir este tiempo con la máxima intensidad, saborear cada segundo, disfrutar de su presencia.

 

Hoy ha sido el día más feliz de mi vida. Doy gracias a Dios porque no creo merecerme tanto. Ahora estoy frente a mi escritorio.  Tantas emociones me impiden dormir. Tantas emociones y... una espeluznante idea que ha sobrevolado mi cabeza. ¿Y si existiera otro lugar, un universo paralelo donde las personas desconocieran su destino y vivieran con la angustia de no saber qué podría ocurrirles mañana? Me da pánico solo pensarlo.