Cuando el tiempo se rompe

11.12.2012 23:51

 

Hoy me encontré con mi querido amigo Richard Acris. Compartimos algo desde hace 26 años: los dos perdimos en el mismo accidente a nuestro mejor amigo. Sí, el mismo a quien tuve el honor de dedicar mi primera, y hasta hoy única, novela. Él lo pasó mucho peor porque conducía la moto. El año pasado perdió a un hermano; la vida le está dando palos muy duros.

Richard es de esos amigos únicos, a los que nunca llamas y con los que jamás te tomas una cerveza, pero que sabes que puedes contar con él para lo que sea. Nos vimos después de un año. A veces pasan tres, o cinco. No sabíamos qué decir: «¿cómo estás?», «¿y la familia?»... Y al rato ves que te faltarían días para hablar todo cuanto quisieras. Te despides con un «a ver si nos vemos» o «nos llamamos» y hasta la próxima, quién sabe cuándo.

Pero los años van pasando y hoy lo he notado especialmente. Richard era el mismo: su risa, su forma de hablar, sus bromas, su abrazo... Sin embargo, he visto un brillo en su mirada que no conocía. Un reflejo de melancolía, de pena, de nostalgia, de dolor; un reflejo del paso de los años.

Hay amistades que parecen tener su momento en la vida. Un contexto, quizá, adonde parece imposible, si no artificial, volver. Con frente marchita o sin ella.

Cuando el tiempo se rompe no se puede restaurar, pero me gustaría que se me concediese una licencia mágica para revivir por unas horas esa amistad atrapada. A él también le encantaría. Sin embargo, nunca nos llamamos. Quizá porque en el fondo del alma ambos sabemos que el encuentro traerá tristeza, demasiada tristeza.