No sin las redes

09.04.2014 16:11

Nos estamos volviendo gilipollas. O tal vez lo fuéramos siempre y ahora me estoy dando cuenta. Tal descubrimiento debo agradecérselo −¿o debería decir imputárselo?− a las redes sociales. Había algo que no cuadraba: yo, que rehuía de los diarios deportivos, que prefería leer las noticias en el teletexto para esquivar las opiniones aviesas y partidistas, que me esmeraba por seleccionar la calidad, me veo ahora repasando a diario toneladas y toneladas de sandeces a través del portátil.

Entro en Facebook. Ahí me indican que a varias personas les gustó mi último mensaje, que uno ha colgado una foto del perro correteando y que hay una solicitud de amistad de alguien que no tengo ni pajolera idea de quién es. Lo normal. A continuación procedo con el típico vistazo. Primer mensaje: “Día lluvioso, voy a prepararme un café” Como no podía ser de otra forma, ya alguien ha respondido con un “Me gusta”. Segundo mensaje: la imagen del sol ocultándose con unas lindas palabras sobreimpresas: “El amor mueve montañas”. Me gusta. Me gusta. Siguiente mensaje: “La he fastidiado, me he roto un dedo del pie” Me gusta. Me gusta. Me gusta. ¿Es que estamos tontos? ¿Qué te gusta, que se haya roto el pie? Esto se ha convertido en un sinsentido, un batiburrillo sin pies ni cabeza.

¿Qué buscamos realmente en las redes sociales? Si la respuesta es ocio, no hay nada más que hablar. Pero yo no veo lógico admitir como amigos a quienes luego vuelves la cara en la calle para no saludar. O felicitar el cumpleaños de alguien porque te lo recuerda la aplicación y no ser capaz de llamar o quedar para tomar una copa. El uso de las redes sociales esconde otros intereses, que van desde el espejo de nuestro avergonzado narcisismo hasta el escaparate donde martillear nuestros anhelos promocionales y comerciales. Más seguidores se traducen en un mayor número de individuos susceptibles de ver lo que a cada cual interesa que vean.

No seré yo quien abandere una campaña contra el mal uso que el sapiens (permítanme la terminología, ha sido mucho tiempo de convivencia con trogloditas) hace de las innovaciones tecnológicas, porque para empezar debería predicar con el ejemplo, pero sí que me atrevería a solicitar un mínimo de mesura. El intento al menos, aplíqueme yo también el cuento.

No repetir hasta la saciedad, no entablar conversaciones privadas en Twitter, no inundar los grupos WhatsApp de chorradas, mucho menos a deshoras, no reenviar todas las tonterías que nos llegan, seleccionar lo verdaderamente interesante, ser un poquito más modestos con nuestros “logros”… Mil cosas más que todos sabemos.  

Será una utopía, pero igual un granito de arena de cada cual pudiera lograr convertir las redes sociales en un fabuloso punto de encuentro, no un vertedero donde necesitas escarbar una hora para localizar algo de valor.

Ya, ya, ya lo sé: silencia los grupos, selecciona los amigos en Facebook, si no te gusta no entres y deja de dar por culo a los demás. Ya. 

Igual lo hago un día de estos. Un día de estos, pero no ahora, que me acaban de colgar un comentario positivo del libro y quiero compartirlo, que tengo que hacer unos cuantos retuits para que no se olviden de que existo y pulsar algunos “Me gusta” de ciertos amigos, que los tengo un poco olvidados. ¡Ostras! Y comentar una foto muy mona que colgó ayer mi prima… ¿cómo se llama?, Mari…Ángeles, creo, y, sobre todo, que ya no puedo soportar oír los pitidos del WhatsApp y necesito saber qué estarán hablando los colegas.

Otro día me reconvierto.