Mejor no hablar

30.10.2012 18:55

No sé si será la melancolía que llama a mi ventana en forma de gotitas de agua o la abulia que se apodera de mi ser cuando abandono los mundos de ficción para dar un paseo por la realidad, pero, una vez más, no podrá ser. Creo que será mejor no hablar de lo que tenía previsto. En otra ocasión, quizás. Espero, no obstante, que se me ocurra algo intrascendente, que logre captar su interés y no le defraude durante esos valiosos minutos que decidió emplear en visitarme. Espero encontrar algo ameno porque, desde luego, hoy hay cosas que prefiero apartar. Así que no hablaré de los políticos, de la frivolidad con la que tratan los desahucios, de su ineptitud para solucionar los problemas, de su humillante y vergonzosa sumisión al poder del capital o de su falta de sensibilidad al ofrecer una sonrisa mientras otros mueren de desesperación. Tampoco quiero hablar de la naturaleza impasible de los bancos, de su forma de engañar preferentemente a personas mayores, de cómo utilizan por vaselina la usura para violarnos sitemáticamente o de cómo dilapidan los ahorros en subrepticias operaciones especulativas. Si pretendo escribir sobre las desorbitantes pensiones de los directivos me saldrá bilis en lugar de palabras. Así que mejor no hablar de eso ni de otros temas de actualidad, del sagrado derecho de los pueblos a elegir su propio camino y del respeto que merecen quienes puedan sentirse dolidos por la separación del que creyó su hermano. Hoy no me encuentro con fuerzas para reprochar que los paliativos contra la crisis tengan siempre parada obligatoria en los decrépitos bolsillos de los que ganan su pan con el sudor, mientras no se deja de dar lustre a los barrotes de las mansiones presidenciales, se mantienen cargos antediluvianos, rancios y trasnochados, algunos especialmente elegidos para misteriosas subsecretarías, otros a granel en el Senado, o se justifican  partidas injustificables a asociaciones que no las conocen ni quienes las crearon. No, es mejor no hablar de las partidas presupuestarias destinadas a Defensa, a la Casa Real, a la Iglesia, a los sindicatos o a la cría de caracoles de tres cuernos en los bosques tropicales. Será mejor que tampoco me acuerde de las grandes multinacionales que basan su fortuna en la esclavización de los trabajadores en los países subdesarrollados, de la actitud abyecta de quienes propician guerras para vender armas o de quienes perpetúan enfermedades para lucrarse vendiendo carísimos medicamentos. No, hoy no estoy, aunque lo intento no se me ocurre nada alternativo que contarles. Discúlpenme por el tiempo perdido pero hoy no me siento bien y para hablar con la mente puesta en tanta basura, mejor dejarlo para otro momento.