El mejor regalo de Reyes

09.01.2013 17:18

 

¿Cuándo fue la última vez que me ilusioné pensando en lo que traerían los Reyes? No lo sé, tal vez cuando creí hacerme mayor. ¡Cuántas sensaciones evocan este día! La impaciencia con la que mi hermana y yo abríamos los regalos la noche antes, la eterna expectación por ese imposible Scalextric que Sus Majestades solo brindaban a los niños de las familias más pudientes, las socorridas gorras de mi padre, el deseo de saber qué me regalaría mi jovencito amor… Recuerdo ilusiones. Pero ¿por qué desaparecieron?, ¿por qué confiné al niño que hay en mí?, ¿por qué dejé de esperar con entusiasmo los regalos?
 
Con los años fui restando valor a todo lo material. Si algo me gustaba, y podía permitírmelo, simplemente lo compraba. Y si su precio se escapaba a mis posibilidades, pues se quedaba ahí y punto. No lo necesitaba. Me he preguntado si este planteamiento se ha sustentado solo en los privilegios de una posición acomodada y para ello he supuesto que no poseo ordenador ni conexión a Internet, ni puedo comprarlo, y me he preguntado si viviría feliz así y si me haría ilusión recibirlo como regalo. Después de hacer un ejercicio de sinceridad, tengo que confesar que la respuesta a ambas preguntas es afirmativa. Eso me lleva a pensar que la razón de que no me ilusione está en la convicción de que no hay regalo posible que logre aumentar mi felicidad porque ya poseo todo lo que pueda llegar a desear. En lo material, lo básico: sofá, televisión, Internet, un tablero de ajedrez… En lo personal, lo imprescindible: el amor de mis seres queridos.
 
Este año quise que el día de Reyes fuese distinto. Quise retomar la ilusión, abrir cada paquete, recibir cada beso, como si fuesen regalos maravillosos, únicos, ansiados. La experiencia resultó muy emotiva. Fue bonito sorprenderme con los regalos y fue duro imaginar que un día podría faltar lo que nunca me ha faltado.
 
El día de Reyes es el día de la ilusión. Y la ilusión es la savia del alma, un alma que no se puede alimentar una vez al año. Por eso, regalemos todos los días, no descuidemos lo que más queremos. No dejes de besar a tu mujer antes de salir de casa, juega con tu hijo, llama a tu hermano, abraza a tu padre. Escucha, acompaña, comparte. Con los tuyos, con aquellos por los que darías la vida. No te dejes seducir, entusiasmar ni engañar con halagos, proyectos, obsequios, trabajos, aficiones, sonrisas y promesas que desvíen tu atención y tu tiempo de tus verdaderas prioridades. Vivamos día a día ilusionados, saboreando lo que tenemos. Porque todo es tan efímero que un día desaparece. Porque todo es tan frágil que un día se rompe.
Esta primera entrada del año está dedicada a mi mujer y mis hijos, mis mejores regalos de Reyes.