Cuidar los recuerdos

24.09.2013 17:10

Es curioso cómo ciertos individuos, de común ecuánimes y ponderados, se tornan cargantes cuando sale a colación cualquier asunto relacionado con los avances tecnológicos. Lejos de reconocer su ineptitud, derivada del bochorno a exponer públicamente la torpeza para entender y adaptarse a los cambios, reniegan del progreso y aprovechan la oportunidad para invocar tiempos pretéritos donde todo era mucho mejor.

Yo no soy de esos, desde luego. Usted tampoco, no me cabe duda. Y seguramente nadie, son imaginaciones mías. Nadie habla mal de los demás, ni bebe más de la cuenta, ni se equivoca ni, mucho menos, ve los programas de Telecinco.

Soy de los que consideran que el buen aprovechamiento de las innovaciones tecnológicas es positivo y no me parece justo demonizar un aparato por usos desmedidos o abusivos, despreciando las bondades que reporta. Pero eso no quita que el pasado llame de vez en cuando a mi puerta y clave sus ojos en los míos para llenarlos de nostalgia.

Hace unos días, mientras volvía a ver con emoción un extraordinario montaje que mi sobrino David realizó con motivo de las bodas de oro de mis padres, me preguntaba en qué medida habíamos sabido sacar provecho de tanto avance en el terreno audiovisual, si habíamos incrementado el valor patrimonial de nuestros recuerdos. La respuesta mecánica tiende a ser afirmativa, pero si profundizamos un poco comprobaremos que la realidad es mucho más sombría.

Retrocedamos quince o veinte años en el tiempo. Celebramos el cumpleaños de nuestro niño. Hacemos el último disparo y el carrete comienza a rebobinar. Estamos ansiosos por revelarlo, contiene instantáneas del viaje, días en la playa, la fiesta de disfraces… ¿Y si el carrete estuviese deteriorado? La incertidumbre nos infunde un terrible desasosiego, que se transforma en alegría si comprobamos que las fotos salieron bien o en irritación si se perdieron para siempre. ¡Cuántas vueltas daban luego las fotos! ¡Con qué entusiasmo seleccionábamos las copias para regalar! ¿Y la ilusión por montar y enseñar el álbum?

Entonces tratábamos los recuerdos con esmero. No nos importaba gastar una pasta para tener siempre a mano las remembranzas de nuestra vida. Ahora, con absoluta frivolidad, accionamos mil veces el disparador y, cuando nos acordamos, traspasamos un cargamento de archivos a algún misterioso lugar de nuestro ordenador y ahí queda confinado a perpetuidad. O hasta que se joda el disco duro. Los más prevenidos realizamos copias de seguridad para que no se pierdan, pero lo que en realidad hacemos es verterlos en un descomunal revoltijo de chatarra digital. Sin referencias, entre una miríada de imágenes defectuosas, repetidas, absurdas, que crecen a ritmo exponencial, abandonamos a su suerte nuestros recuerdos.

Hace poco decidí rescatarlos. No podía imaginar en lo que me metía. Doce años, no sé cuántas cámaras, móviles, fotografías tomadas por cada miembro de la familia, por los amigos... ¡Me he encontrado con más de tres mil fotos de un solo viaje! Visualizar, seleccionar y clasificar todo el material digital podría costar más tiempo que escribir una novela. Así que haré un apaño, un poquito de orden y que siga descansando.

Ahora valoro aún más el trabajo recopilatorio que hizo mi sobrino, o los álbumes digitales de las vacaciones que mi mujer compone cada año.

¿Y tú, qué haces por los recuerdos, nuestro mayor tesoro?