Cuando mueren los ídolos

26.04.2016 16:55

La muerte no existe. Es lo que sostiene el científico norteamericano Robert Lanza. Según Lanza, creemos en la muerte porque nos asociamos con nuestro cuerpo y sabemos que los cuerpos físicos mueren. Basándose en la teoría del biocentrismo, desecha toda posibilidad de que exista la muerte en un mundo sin espacio ni tiempo. Ciencia y religión parecen acercar de nuevo posturas. En cualquier caso, una cosa es cierta: la gente de este mundo (y no conocemos otro) se muere y ya no la volvemos a ver. La inmensa mayoría estiraremos la pata en la modestia, con la compañía y aflicción de familiares y amigos. Otros, sin embargo, verán homenajeada su despedida con la veneración de todo un planeta. Como verdaderos ídolos.

 

No me opongo a ello: los ídolos son merecedores de amor y admiración, a mansalva, llevados a la exaltación, al infinito y más allá. ¿O no merece todo eso y más quien no concibe la felicidad si no es ayudando al prójimo? ¿Quien cambia unas vacaciones en un crucero de lujo por un mes en un país perdido en los mapas, asolado por conflictos, hambre y enfermedades? ¿Quien dedica la vida a salvar vidas? ¿Quien se juega la vida por salvar vidas? ¿Quien reparte? ¿Quien abraza? ¿Quien se conmueve con el sufrimiento? ¿Quien se levanta cada día con la obsesión de gestionar, fabricar, inventar cualquier cosa que redunde en mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos? ¡Ah, que estos no son ídolos! Que ídolos son quienes cantan dos o tres canciones de esas que te emocionan y te hacen pegar saltos.

 

Dudo que entre tantos miles de millones de galaxias con sus miles de millones de estrellas cada una, pueda existir civilización más absurda que la nuestra. Hace poco falleció Prince. Un cantante que gustó a mucha gente, nadie le quita el mérito. Pues se da la noticia por la tele, se recuerda un par de canciones y descanse en paz. Eso sería lo razonable. Pero no, volvemos a lo mismo: "las extrañas circunstancias que rodean su muerte engrandecen la leyenda". Ya. Como Elvis, Marilyn o Michael Jackson. Y el mundo a lamentar la irreparable pérdida de los genios. A llorar a sus ídolos.

 

Quizá forme parte de la idiosincrasia occidental, de nuestra forma de entender la vida, No tenemos ni idea de quién inventó la vacuna contra la viruela, pero nos sabemos de memoria y en inglés las canciones de los intérpretes más populares. Suplantamos ídolos.

 

¡Qué se le va a hacer! Somos así. Mitificamos a personajes que jamás dieron un palo al agua, que han nadado en los excesos, que se han puesto hasta el culo de droga y alcohol, que han priorizado la codicia y la fama a la solidaridad y que no han sido ejemplo positivo de nada en su vida. Insignificancias, al fin y al cabo; lo importante son las canciones. Por eso a recordarlas año tras año en los telediarios, a rendir homenaje en la conmemoración de su muerte. A los que deberían ser los auténticos ídolos que los recuerden su abuela. Si sigue viva. Si no, al "eterno olvido".

 

Por cierto, el inventor de la vacuna contra la viruela, una enfermedad que llegó a tener una tasa de mortalidad del 30 %, que está considerada como la mayor pandemia de la humanidad y que se estima acabó con la vida de 300 millones de personas, fue Edward Jenner. Espero que no se me olvide nunca.